Escena con música perfecta: Scott Walker – The Childhood of a Leader (2016)

A propósito de la muerte de Scott Walker, comentamos la escena final de «The Childhood of a Leader»

Probablemente la pregunta que plantea “The Childhood of a Leader” es esa que nunca te harías, pero que una vez te la presentan, te hace un sentido increíble. ¿Qué debe pasar en la infancia de un niño, para que este se vuelva luego un líder fascista? ¿Cómo y quién daño tanto a Hitler, por ejemplo, para que terminara convirtiéndose en quizás el personaje más oscuro de la historia de la humanidad? ¿Cuánto viene de origen, de existir algo, y cuánto es adquirido? Mezclando ficción con realidad, el debut direccional de Brady Corbet (basado en una historia de John Fowles) plantea que no son muchos los ingredientes para que todo haya salido de control previo a la Segunda Guerra Mundial, en nuestra cinta, un niño especialmente desorientado, una figura paterna violenta, traslados de país sin poder asentarse (falta de arraigo), y uno que otro ingrediente adicional.  La música de esta película estuvo a cargo de Scott Walker, el enigmático músico norteamericano que falleció hace apenas unos días. Se trata de un notable trabajo donde la tensión a través de distintos instrumentos de cuerda (dotando a la historia de cierta solemnidad) denota desde el gran “Opening” la violencia y tensión mental con la cual nos tendrán a prueba en pantalla. Por lo mismo, la elegimos dentro de nuestras mejores bandas sonoras de películas independientes el 2016.

La escena que traemos a colación es el cierre, o como me gusta llamarla, la escena del resultado: estamos ante el Líder. Luego de contarnos una extensa historia que tiene mucho de cotidiano (a pesar de inusitados niveles de violencia), la música a través de su tensión nos invita a conocer el monstruo en el cual Prescott, el Niño, se ha convertido.  Una multitud en un país sin nombre se reúne fuera de una monumental construcción mientras un oscuro carro atraviesa la explanada anunciando su llegada con trompetas oscuras. De repente, la cámara se sitúa dentro del auto y aparece nuestro líder (con un paso notable a los violines). Un líder que no se parece a quien pensábamos era su padre (¿habrá influido ello en su propia (de)construcción?), y que, absorto en su propio pensamiento y sin mostrar sorpresa, no busca resaltar ni dirige mirada a sus súbditos. Lo suyo es la admiración total, la costumbre y el control. Un pueblo extasiado, un discurso extremista y un líder inestable, son todos los ingredientes que necesitaba el fascismo para alcanzar los extremos a los que llegó. Una locura total que pueden escuchar desde el momento que la música parece perder toda intención y volverse un ruido sinsentido, simlar al de una alarma, cuando Prescott baja del auto y es aclamado (a pesar de su juventud). Es desde ese momento que la cámara de Corbet se vuelve incapaz de centrar su atención en algo y la música vuelve al tema principal (“Opening”) cuando se va todo a negro Ya es tarde. Tan poco (o tanto, dependiendo de la propia experiencia) tenía que pasarle a un niño para ser un Hitler, y nosotros fuimos testigos de ello.

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