Hoy se presenta en la Cúpula del Parque O’Higgins Yann Tiersen, función que repetirá este sábado en el Festival Primavera Fauna. Llegó el ineludible momento de analizar su banda sonora más icónica, “Amelie”.
Cuando hablamos de la banda sonora de Gladiator, en su momento la definimos como un soundtrack que estaba integrado al ideario colectivo de muchos. Muy poca gente no ha visto esa película, y quizás menos no conoce “Now we are free” de Lisa Gerrard. Algo muy parecido acontece con Amélie, con un detalle. Quizás ese fenómeno se presenta de una forma todavía más potenciada. Me atrevería a decir que mucha gente conoce la música de Amélie a la perfección, sin haber visto siquiera la película. Hablamos quizás de la banda sonora más trascedente en la historia del cine, no en el sentido de su relevancia en la historia de las bandas sonoras como género, sino en un sentido mucho más estricto. Como dice la palabra, Amélie puede ser perfectamente la banda sonora que más ha trascendido a la película a la cual debe su nacimiento
La carrera de Yann Tiersen fue otra desde entonces. Tanto así que por momentos, Amélie, ha sido una mochila difícil de cargar. Como dijimos cuando comentamos el soundtrack de “Good Bye, Lenin!”, que compuso 2 años después, Amélie se transformó en un sello del cual se le ha vuelto muy difícil desligarse. Es imposible competir con un disco que llegó a ser el segundo más vendido por momentos en Estados Unidos. En Francia y parte de Europa, fue líder en ventas. Infinity, su último disco y que presentará estos días en Chile, ha rondado el puesto 100 en los rankings europeos. Los números hablan. Por eso sufre cuando en sus giras le piden la música de Amélie. A él le gusta tocar la música de sus 8 otras producciones. Esa misma música que cautivó a Jean-Pierre Jeunot, director de la película y quien decidió invitarlo a integrarse al proyecto.
Creo que la mejor forma de analizar la banda sonora de Amélie (Audrey Tautou a todo esto) es comentar la forma que Yann Tiersen musicaliza cada una de las emociones que su personaje transmite durante la película. Se trata de distintos estados de ánimo en una mujer muy multifacética, cuya vida, por momentos, parece tener más de agraz que de dulce. Esto hace que se trate de una vida que se vive con mucha intensidad. Momentos altos y bajos llegan siempre a sus extremos. Por lo mismo, y parafraseando a Hipólito (Artus de Penguern), el escritos “fracasado” del bar, la vida de Amélie es una gran obra que nunca se estrenará, pero no por eso no merece ser contada.
La primera etapa musical de Amélie es su infancia. Nos remontamos a 1973 con “J’y suis jamáis allé”, la canción donde se presenta, de forma tímida, el acordeón que marca tanto a este disco. El director parece darnos a entender que la existencia de Amélie, al igual que todos los sucesos que ocurrirán en la película, son consecuencia del azar. Todo cambia el 30 de agosto de 1997, el día de la muerte de Lady Di. Una serie de sucesos que permitirán a Amélie dar un significado a su vida, y encontrarse y reconciliarse consigo misma. Pero antes debemos conocer a este increíble personake. Con “La Dispute”, un acordeón triste, vemos su difícil infancia. Raphaël (Rufus) es su padre, un médico que jamás le ha hecho cariño, y que cree que su hija sufre un problema cardíaco por la emoción que refleja su corazón al tenerlo cerca. Amandine (Lorella Cravotta), su madre, murió obviamente por cosas del azar. Poco a poco “La Dispute” se transforma en la misma canción ejecutada por un piano, el que es el segundo instrumento fundamental en el trabajo de Tiersen. Refleja muy bien la soledad de una niña que por quedarse en la casa, se vio condenada a no tener amigos.
La primera etapa musical de Amélie es su infancia. Nos remontamos a 1973 con “J’y suis jamáis allé”, la canción donde se presenta, de forma tímida, el acordeón que marca tanto a este disco. El director parece darnos a entender que la existencia de Amélie, al igual que todos los sucesos que ocurrirán en la película, son consecuencia del azar. La fortuna hace que todo cambie el 30 de agosto de 1997, el día que se produce la trágica muerte de Lady Di. Una serie de sucesos que permitirán a Amélie dar un significado a su vida, y encontrarse y reconciliarse consigo misma se acumularán desde entpnces. Pero antes debemos conocer a este increíble personaje. Con “La dispute”, un acordeón triste, vemos su difícil infancia. Raphaël (Rufus) es su padre, un médico que jamás le ha hecho cariño, y que cree que su hija sufre un problema cardíaco por la emoción que refleja su corazón al tenerlo cerca. Amandine (Lorella Cravotta), su madre, murió obviamente por cosas del azar. Poco a poco “La Dispute” se transforma en una canción que suena totalmente distinta cuando la misma partitura pasa a ser ejecutada por un piano, el que es el segundo instrumento fundamental en el trabajo de Tiersen. Este instrumento refleja muy bien la soledad de una niña que por quedarse en la casa, se vio condenada a no tener amigos.
Mucho no ha cambiado Amélie desde entonces. Son 24 años que parecen pasar en vano. “Comptine D’un autre ete l’apres midi”, la canción más bella del disco, nos muestra lo que Amélie es hoy. Una mujer víctima de su historia, que vive sola y ha aprendido a disfrutar los placeres simples de la vida. Hay un elemento común con la infancia. La soledad. Pese a ser guapa y atractiva, Amélie ha sido incapaz de encontrar un compañero con quien vivir su vida. Está condenada a servir en un café parisino donde cada visitante y funcionario es un personaje. El enamorado casi psicopático, la hipocondríaca, el escritor frustrado, etc. Este es su mundo. Todo gira en torno a un sector pequeño de París cercano a Montmartre. Amélie hoy se encuentra triste. Tan triste como la muchacha del vaso de agua del cuadro de Renoir que pinta su vecino con huesos de cristal, Raymond Dufayel (Serge Merlin). Las similitudes entre ambos son increíbles. Nuevamente escuchamos “Comptine…” cuando Dufayel le enrostra lo perdida que está la mirada de ambos. Quizás se trata de una niña que nunca jugó con otros niños como Amélie, quizás simplemente está pensando en su enamorado. En uno u otro caso, pareciera que hablamos de la misma persona que quedó inmortalizada en el Renoir.
Producto de su sorpresa por la muerte de Lady Di, Amélie descubrirá escondido en su departamento una caja llena de recuerdos. Su objetivo pasa a ser entonces entregársela. Si lo hace feliz, ese será el nuevo rumbo de su vida: hacer felices a otros. Amélie, desde entonces, toma un rol justiciero como la imagen del Zorro que vemos a nuestra derecha. Una de las personas a la que quiere hacer feliz es Lucien (Jamel Debbouze), el asistente del puesto de verduras del Sr. Collignon (Urbain Cancelier), a quien este ridicliza por sus claros problemas de aprendizaje. En base a este deseo de ayudar que la llena (con “La noyee” narra emotivamente la ciudad a un ciego que ayuda a llegar al metro), Amélie tomará “justicia” con sus propias manos. En “Soir de fete” venga públicamente a Lucien cuando este es humillado públicamente por su jefe quien lo trata de vegetal. “Usted nunca podrá ser un vegetal, hasta una alcachofa tiene corazón”, grita Amélie, pagando con la misma moneda. Este es uno de muchos actos. Quizás el más cómico en esta comedia romántica son las pequeñas bromas que Amélie perpetra en el departamento de Collignon. Con “Le moulin” ejecuta un plan donde modifica una y otra cosa de la casa de Collignon, logrando que éste crea que se ha vuelto loco. Por esto la balada es más triste, algo de culpa siente, pero es necesario que alguien vengue sus actos. Amélie poco a poco comenzará a comprender que para hacer feliz a alguien, muchas veces deberá hacer infeliz a otro.
La Amélie aventurera es la que deja pistas a Nino (Mathieu Kassovitz), a quien conoce, por suerte, en las afueras de una cabina fotográficas en Gare de l’est. Nino dejará caer su más preciado objeto. Se trata de un álbum de fotos que recoge diariamente de quienes, decepcionados, las han dejado botadas en la estación. “L’autre valse d’Amélie” es la canción para este momento. Interesada en conocerlo, preparará pistas donde se comunicarán directamente pero de forma impersonal, sea mediante avisos en las estaciones de metro, sea mediante visitas a sus respectivos lugares de trabajos. Una de estas formas implica sacar numerosas fotocopias que Amélie obtiene con “La valse des monstres” de fondo.
Esta faceta romántica es la más hermosa de nuestro querido personaje. Amélie se esforzará tanto en hacer feliz a los demás, que se olvidará que está dejando de lado la gran deuda pendiente que tiene consigo misma. Es principalmente Dufayel quien constantemente se lo dice, llegando a grabardo un emotivo video en el cual le advierte que su problema de huesos de cristal es la nada misma si se compara con un corazón seco y quebradizo. Es una sola la canción que manda en todas estas escenas: el vals de Amélie (“La valse d’Amelie”). En sus distintas versiones (una más íntima cuando suena exclusivamente el piano cuando imagina su vida con Nino), vemos cómo en su vida falta amor. El encuentro con Nino, que se produce finalmente, es un acercamiento rígido pero emotivo del cual se resta Tiersen. Ese silencio tan logrado permite que podamos apreciar posteriormente, en toda su magnitud, “La valse d’Amelie”. El amor que tanto buscaba, y al cual temía cuando llegó literalmente a su puerta, finalmente le cambiaba la vida.
Es cierto que la banda sonora de Amélie se basa, principalmente, en trabajo preexistente de Tiersen. Pero también es cierto que la sintonía que logra con las imágenes permitió que música bastante desapercibida llegase a ser un fenómeno global. Sin dudas uno de los discos fundamentales en la filmografía de todo amante de las bandas sonoras. No deje de aprovechar la oportunidad de ver a un genio como Tiersen hoy en el Teatro La Cúpula o el sábado en Primavera Fauna.
Un comentario en “Yann Tiersen – Amelie (2001)”