Hace mucho tiempo que quería comentar las bandas sonoras de las películas que se han inspirado en el libro “Solaris” de Stanislaw Lem. Hablamos de la versión de 1972, que comentamos ahora, dirigida por Andrei Tarkovsky y musicalizada por Eduard Artemiev; y de la película de 2002 de Steven Soderbergh, donde el compositor es Cliff Martínez.Un paralelo entre ambas sirve para ver el rol y estilo de la música en el cine de los 70’s y del 2000, pero principalmente, permite comparar dos bandas sonoras, una icónica del cine soviético, y otro muy progresista de Hollywood más independiente.
(Haga click acá para leer la crítica de la banda sonora de 2002 de Cliff Martínez)
Solaris (Solyaris) de Tarkovsky es icónica y engloba muchos fenómenos. De cierta forma, es todo lo que no se esperaría que fuera una película soviética de los 70’s. El director y académico nacional Carlos Flores tiene una anécdota maravillosa en este sentido. Al salir de la sala del desaparecido Cine España, honestamente, estaba en extremo desorientado. En Chile, durante los 70’s, se hacía un cine de lucha, donde el rol principal lo tenía el pueblo a través de un cine ante todo reaccionario. En la Unión Soviética, quizás la meca de los movimientos sociales en cambio, se hacía un cine mucho más experimental, de ciencia ficción, lo que desilusionó a los románticos. Flores compara eso con el fenómeno que fue Raúl Ruiz en su momento, quien en los 70’s hacía en Chile lo único parecido a Solaris, algo mucho más contemporáneo o moderno si quieren, cuando la lógica dictaba acudir a un cine social. Quizás este sea el motivo por el cual Ruíz es el director más destacado de su generación.
A la vez, no sólo debe reducirse a una película de ciencia ficción. Su mensaje en principio fue político. Muchos la vieron como la respuesta soviética a “2001: A Space Odyssey”, dirigida 1968 por Stanley Kubrick. Pero el contenido de Solaris es principalmente el discurso profundo que se daba en su guión en torno a temas filosóficos, psicológicos y antropológicos. Eso hace fundamental que nos remitamos también la novela en que se basa, de Stanislaw Lem, lo que de cierta manera elimina el debate bastante unilateral que implica hablar de Solaris sólo como una obra de ciencia ficción, idea que para algunos el mismo Tarkovsky apoyaba, odiando toda especulación administrativa en torno a su obra. Para él, lo suyo era por sobre todo la imagen, la luz, la fotografía. Nos revelamos contra ese concepto, pues ante todo, para mí, Solaris es una película que necesita respuestas, y las respuestas que no encontremos en pantalla deben necesariamente sacarse de los libros. Por eso, les recomiendo en demasía leer la obra de Lem (también les aconsejo “Congreso de Futurología”), donde se sorprenderán por la capacidad imaginativa que ya en los 60’s tenía el escritor polaco.
Hablar de Solaris y su música implica responder una pregunta previa fundamental. ¿Sobre qué edición de la música de Eduard Artemiev nos inspiramos y articulamos la crítica? No tengo registro de un disco contemporáneo a la película (el mercado por entonces no avalaba lanzar una edición de un trabajo tan experimental). Por el contrario, hay ediciones muy comercializadas en los 90’, y en especial, el año pasado. De esas, yo al menos tengo dos: la del Sello Superior Viaduct y la de Mirumir. Ambas ediciones dividen la música en “Movimientos”, enumerándoles entre el I y XVII (1-17), sin distinguir entre ellos con nombres. Por su estética, elegí la edición de Superior Viaduct para la imagen de la columna, y al costado pueden ver la portada de Mirumir. Los lanzamientos anteriores, en especial en CD y de la década de los 90’s (Electroshock Records), identifican las canciones con nombres (“The Earth”, “Station”; por ejemplo). Si bien a priori parece útil utilizar esa nomenclatura, lo cierto es que cada vez que escucho el disco me doy cuenta que la música de los 90’s es más bien una readaptación de la música que un disco que respete la versión original de la película. Por eso, aunque lleve a complicaciones, utilizaré como punto de partida las ediciones de 2013, donde además se entrega la música con prescindencia de otras obras notables de Artemiev, y donde también trabajó con Tarkovsky, como “Stalker” y “The Mirror”.
Esta película es única para nosotros por su contenido. Si bien la adaptación de la trama es increíble e infinitamente mejor que la versión de Soderbergh de 2002, lo cierto es que (como ya dijimos), Solaris perdura en el tiempo por su estética muy visionaria, su banda sonora protagónica, y las preguntas filósóficas que plantea. Fundamental en ella es el Preludio Coral en Fa Menor de Bach, que Artemiev toma como punto de partida de su banda sonora. En los discos de 2013 este es el “Movement I”, mientras que en los 90’s se identificaba como “Listen to Bach (The Earth)”, lo que es muy ilustrativo pues es una canción que reaparece en cada ocasión que nuestro personaje principal, Kris Kelvin (Donatas Banionis), está en la tierra o tiene recuerdos o referencias de ella. Esta canción aparece en su forma original, y con variaciones de Artemiev, siendo el único elemento preexistente en su trabajo. Pueden escucharla en este link de la escena de levitación. La música de Bach es presentada en los créditos, y luego nos deja en silencio durante bastante tiempo, donde nos presentan la historia.
La versión de Tarkovsky abre con la visita de Berton (Vladislav Dvorzhetsky) a Kris Kelvin algo que en el libro no se produce, y cuyo relato llega a Kris por medio de una lectura. La decisión de cambiar en este punto el guión es clave para dar entrada a la historia. Por este motivo creemos necesario narrarlo, pese a que son varios minutos sin música. Berton es un astronauta que tuvo una experiencia sobrenatural en Solaris, donde se le aparecieron sustancias animadas y un niño de 4 metros con movimientos anti naturales. El informe oficial de las autoridades dice que Berton alucinó por la presencia de gases en la superficie de Solaris. Sin embargo, el voto de minoría del profesor Méssenger le da credibilidad, siendo presentado por primera vez el discurso contra las limitaciones humanas para comprender fenómenos que no tienen explicación racional. ¿Por qué Berton se acerca a Kris? Kris Kelvin es un psicólogo cuya misión es visitar la estación espacial y decidir su futuro en base a una evaluación de los fenómenos que están viviendo sus tripulantes, luego de que uno de sus tripulantes, el Dr. Gibarian (Sos Sargsyan), solicitara su presencia. Así, Berton busca que Kris tome una decisión consciente del contenido moral que implica continuar con las investigaciones o dar por terminada las misiones en torno a Solaris, y con ello, dar muerte a la solarística, ciencia que investiga al Oceáno de Solaris, el cual todo parece indicar, tiene inteligencia propia, como si de un gran cerebro se tratara. La verdad Kris coincide con la mayoría: Berton está loco. Pero una llamada a última hora parece al menos haber dejado sembrado el bicho de la duda.
Luego de esta escena se produce la entrada de un disco mucho más ambiental, donde Artemiev se nos muestra como un precursor de la música electrónica y el sintetizador, otorgando una música sin dudas más sutil que la de Bach. El viaje de Kelvin es con “Movement II”. Un ruido similar a látigos o tentáculos advierte del temor de Kelvin al ver que su nave de aproximación ha perdido el control y no tiene respuestas desde la estación espacial. Este elemento es muy lógico desde la perspectiva de Tarkovsky, pues el director siempre propuso un soundtrack que tuviera más ruidos que música, tratando de reflejar la situación del espacio. Sin dudas Artemiev desde entrada “musicaliza” la actividad espacial de forma notable, cumpliendo su mandato. El escenario al llegar a la estación es terrible. “Movement III” lo refleja, con un sonido bastante eléctrico que por momentos parece alarma. Todos están un poco locos, como Snaut (Jüri Järvet), figura muy misteriosa hace que reaparezca este característico sonido de tensión eléctrica.
Pero el desorden de su entrada (muy poco bienvenida, por cierto) no es nada comparado con la tensión que se vive a bordo. Su contacto, Gibarian , se ha suicidado hace unos días, algo que no calzaba con lo que conocía de él. Un marco de fenómenos sin lógica se potencia por la advertencia de Snaut: si ve algo extraño a los tripulantes de la estación, no debe asustarse. Lo que verá dependerá de Kelvin, pero hay algo claro, no son alucinaciones. Esta escena es simbólica musicalmente, pues es el primer diálogo con música de fondo. Su encuentro con el enigmático Dr. Sartorius (Anatoli Solonitsyn) poco ayuda (no lo recibe y de la nada aparece un enano), como tampoco lo hace un mensaje que le dejó Gibarian antes de suicidarse. En esta advertencia que conocemos a través de un video, identificamos el “Movement IV”, con un ruido que parece de llaves, pequeñas campanas o atrapasueños, muy claras cuando Kris siente que una presencia extraña quiere entrar en su pieza. A mi juicio, si hay una canción que pudo haber inspirado el soundtrack de Martinez para la versión de Soderbergh de 2002, sería ésta. Sorprendido y cansado, Kelvin decide dormir, sin saber que sería su peor decisión.
Con música de tensión, al despertar estar ahí, como si nada, su mujer Hari (Natalya Bondarchuk). Kelvin, como psicólogo, sabe que es imposible. Hari se suicidó hace bastantes años en la tierra, por lo que su experiencia sin duda debe interpretarla como locura (en esto el libro es infinitamente mejor). Una música de incredulidad la acompaña (“Movement VI”), pues ella tampoco es consciente del fenómeno. Hari se presenta desorientada, sin recuerdos, y con una sensación grotesca de estar al lado de Kris y no abandonarlo. La reacción de Kris es potente. Es fundamental entender que así como pierde al padre pues asume que no estará vivo a su regreso, la reaparición de Kris (sea como sea), puede ser una oportunidad para recuperar a un ser querido. Su lado científico vence, sabe que ella no puede estar ahí, y la lanza en una capsula hacia el espacio. Sólo entonces Snaut tiene una conversación honesta con Kelvin, y le explica el fenómeno de los “visitantes”. En resumidas cuentas, no hay nada que Kelvin pueda hacer para desprenderse de Hari. Solaris se encargará que aparezca junto a él cada noche.
La reaparición de Hari está privada de todo conocimiento del suceso entre Kelvin y la primera Hari. Por eso, el psicólogo aprovechará para investigar el fenómeno (esto muy claro en el libro), sin darse cuenta que en paralelo, empezará a desarrollar una relación de mucho afecto por esta visita. Kelvin interactúa con ella como si fuera una persona, por eso le muestra el video de su infancia (“Movement VIII” donde reaparece Bach en alusión a la tierra). Esta nueva oportunidad de ser feliz con ella para Kelvin, que bordea lo peligroso, es excelentemente interpretada por Artemiev en “Movement IX”, donde lo muestra pensativo mientras su “esposa” está a su costado con una especie de suave canto angelical. Hari comenzará entonces a hacer cuadrar la información que maneja, adquiriendo conciencia de su condición de “visita”.
La notable escena del cumpleaños de Snaut no forma parte del libro, y es una gran inclusión en la trama. Es el primer encuentro sin tapujos entre los investigadores de Solaris y Hari, la única “visitante” que hasta ahora ha presentado consciencia de su fenómeno. Ahí vemos como Sartorius se mantiene como hombre de ciencia, como Kelvin sólo quiere creer que esto es algo especial, y cómo Snaut es el punto medio entre ambas posturas irreconciliables. Snaut es además, el pensamiento del humano promedio. Borracho se pregunta ¿vale la pena arriesgarse por el “contacto”? ¿O al menos de la forma que los estamos haciendo? Cantando “Oh Susanna” (“Movement X”) propone otra forma de contactarse, “azotar” a Solaris con látigos en venganza a las apariciones. A la postre, esta idea se plasma enviando el electroencefalograma de Kris a la superficie de Solaris vía rayos X, algo muy similar a lo que creen dio inicio a las visitas. En paralelo, Kris y Hari viven su experiencia más cercana. Viendo un cuadro de Pieter Bruegel empiezan a levitar por una suspensión momentánea del campo gravitacional de la nave, lo que se ha interpretado como el gesto definitivo de amor entre Kelvin y la Hari “visitante”. Por eso no sorprende que vuelva la música de Bach (“Movement XII”), intercalándose imágenes del Océano de Solaris (que Artemiev nunca musicalizó con “agua”), con imágenes del cuadro “Cazadores de la Nieve” e imágenes de la infancia de Kris. En las veriones de CD, aunque muy distinta, se asigna a esta escena “Picture P. Brueghel ‘Winter’”, con un ‘h’ entre medio.
La armonía se rompe con el suicidio de Hari (“Movement XIII”), quien no está dispuesta a vivir sabiendo que interpreta a alguien que no es. Su composición de neutritos hace que reviva ante Kris, en un espectáculo grotesco. Desde entonces, nada es lo mismo. Rompiendo un poco la temporalidad bastante clara de Solaris, caemos luego en un Kris enfermo, entendemos, producto del experimento del electroencefalograma (“Movement XV”). Kris alucina, si algo puede significar esa palabra en esta película, reencontrándose con su madre, en un espectáculo musical que es una perfecta atmósfera de silencio tenebroso, que construyen suspenso y misterio a la perfección. La música acompaña como un viento que suspira, impregnando el aire de un sentimiento de soledad que desemboca en Kris descubriendo que Hari rogó a Sartorius y Snaut que la eliminaran.
Cíclicamente, la escena final vuelve a Bach, pero con un toque mucho más marcado de la música de Artemiev. Esto demuestra musicalmente que pese a que a primeras parezca lo contrario, Kelvin no está en su casa (“Movement XVI” y “Movement XVII”). Esta escena diferencia sustancialmente a Lem (y su libro) de la interpretación de Tarkovsky. Al leer Solaris quedas con una sensación agradable por Kris, quien pese a perder (nuevamente) a Hari, espera encontrar nuevas sorpresas en Solaris y el universo. Por el contrario, la versión de Tarkovsky (¡y en esto ayuda mucho la música) invita al miedo, dejándonos con la sensación que el humano debe partir cuanto antes de Solaris, debiendo retornar a la tierra. (“Return”). Entender Solaris como Lem potencia la crítica antropológico al hombre, que Kris hace propia luego de sus vivencias, en cuanto a la necesidad de encontrar contacto afuera del planeta, algo para lo cual el hombre no está preparado, pues todavía no es capaz de conocerse a sí mismo. Solaris cuestiona la naturaleza misma del ser humano, sus valores, sus creencias., de ello no hay dudas en el libro y la película, pero la forma de reaccionar varía en uno y otro.
Al final, será un tema de elecciones el final que adoptemos. Kris se entrega en uno y otro caso, pero en el libro lo hace de forma más romántica. Él y Hari tienen padres distintos, con intenciones distintas, pero la reaparición de su ex mujer le sirve para darse cuenta que quiere estar con ella, pese a que los 12 años que lleva estudiando la solarística, como hombre de ciencia, le dicen lo contrario. Por eso hay una crítica bastante clara: el humano no tiene vergüenza de buscar respuestas de Solaris sin haber respondido el mínimo sobre la naturaleza humana misma. Este calvario de Kelvin fue musicalizado perfectamente por Artemiev, quien respeta los procesos internos de cada personaje y potencia los fenómenos que enfrentan, tomando protagonismo cuando es necesario. Un disco que a todas luces merece todas y cada una de las reimpresiones que ha sido objeto.
2 opiniones en “Eduard Artemyev – Solaris (1972)”